Disertación breve para la Charla y Debate del 27-11-2009 en “Ushuaia Libros”

En la introducción de otra obra en la cual estoy trabajando hace varios años, hago referencia al tema de la evolución de nuestra especie, viendo que en ámbitos de la ciencia se concluyó en que, el hombre de Neanderthal y el hombre Moderno se separaron hace aproximadamente 516.000 años y según los estudios, al menos el 99,5 por ciento del genoma del hombre Moderno y del de Neanderthal son idénticos. A partir de ello, me pregunto:
¿Por qué motivos aún hoy los seres humanos solemos resolver las diferencias de igual o peor forma que el más antiguo de nuestros congéneres de hace 100.000 años?
¿Pasarán miles de años más para que se establezca una clara y definida evolución mental y espiritual en la especie?,
¿Es esta lentitud en el crecimiento espiritual, parte de la estrategia de la evolución de la especie? Dicho esto, voy directo a La raíz de la sabiduría, rescatando algo que ya he mencionado, y es que los temas abarcados conforman una línea rectora vincular fundamental; y me gustaría ampliar un poco al respecto, para que luego en el debate podamos intercambiar opiniones, dado que es lo que finalmente nos enriquecerá.

En principio, las cuatro primeras partes en que he dividido la obra, responden a los ejes fundamentales que necesariamente atraviesan la vida de todo ser humano. Dilemas, Reflexiones, los Conceptos que tenemos incorporados sobre distintas cuestiones, definen prácticamente el rumbo de cada día.
Los temas desarrollados en estos cuatro enunciados y otros muchos que no he incluido, suponen el análisis de diferentes aspectos, y aunque en una primera aproximación puedan ser tratados en forma independiente, vistos en profundidad, todos confluyen bajo un denominador común, al que podríamos llamar simplemente: “el arte de vivir”.
Me planteo la necesidad de una concepción integral del ser humano. Pero, ¿Qué es un ser humano integral? Desde mi óptica es una persona que toma todos los aspectos de su vida (físicos, mentales y espirituales) y los considera como una totalidad, dándole la misma entidad y tratamiento a cada uno. Esto nos obliga a tener una mirada transversal sobre las distintas eventualidades diarias, sean acciones, actitudes o conductas, producto de la emoción, de la reflexión más profunda, de la razón más pura, o de la intuición más natural y espontanea.
Es por ello que podemos constatar, que si leemos dos partes cualquiera del libro, abierto al azar, comprobaremos que el concepto que anida en la hondura de cada texto, nos arroja siempre en una misma dirección: “el conocimiento de sí mismo”, “la búsqueda interior”, “la adquisición de una mente normal”. Y si tuviera que ser en extremo sintético, diría: Solucionado ello, es decir, habiéndonos conocido y logrado una mente normal, se terminó definitivamente la incertidumbre, a partir de lo cual, habremos alcanzado la comprensión, el verdadero entendimiento, el Satori (en japonés). Desde allí, nada volverá a ser como antes.
El summun de las aspiraciones, sería entonces, trascender la mente y el cuerpo. Logrado esto y alcanzada la iluminación (que sólo será conocida por aquellos que la alcancen) uno podría vivir con simplicidad y satisfacción, ignorados por el mundo y libre de convenciones.
El otro punto de vista que sostengo en la obra, es el de buscar siempre la vía de en medio, o sea, ni la controversial actitud misantrópica, ni el libre dispendio de los apetitos terrenales, absueltos de toda objetividad. Estoy convencido que daríamos un paso hacia adelante en nuestra concepción sobre la vida terrenal, si pudiésemos tener una visión cósmica del mundo, pero, al menos desde mi concepción filosófica (y admito que, precaria erudición), en parcial diferencia con el genio de Schopenhauer, sin caer en la misantropía ya mencionada. Quizás ello no es posible, tal vez no podamos avanzar en el conocimiento interior y en el de los demás sin alejarnos, sin volvernos hoscos, huraños; sin estar subidos al pedestal del talento o la genialidad, desde donde los bípedos humanos son vistos como inferiores y las relaciones interpersonales como una pérdida de tiempo, que resta y no suma. Hablo de diferencia parcial con Schopenhauer, porque en reiteradas ocasiones, y ante la hiriente y turbadora realidad social que vivimos, también me sobreviene el impulso de tomar distancia de los otros. De una u otra forma, es un gigantesco desafío a nuestra pobre condición, porque:
¿Dedicamos tiempo a dar una mirada hacia nuestro interior, hacia el estado de nuestra conciencia?
¿Dedicamos tiempo a la meditación (no guiada) sin objeto en particular?
¿Podemos poner en práctica en la vida diaria de relación, los principios éticos y morales que nos dan sustento como Ser individuado?
¿Nos manejamos en la vida diaria al amparo de nuestra moral, o nos recostamos en la moral media de la sociedad?
Si nos manejamos al amparo de nuestra moral y la vemos diferente a la de la media en que vivimos, ¿cuál es el costo a pagar?, ¿no es acaso el aislamiento?, ¿no nos sentimos relegados, distintos, desubicados?
Si nuestro lenguaje no se armoniza con el del entorno habitual, en la calle en el trabajo, ¿qué debemos hacer, adaptarnos?
Si nuestros conceptos sobre una cultura de idoneidad, trabajo, sacrificio y solidaridad, no encuentran el espacio necesario en el seno social, ¿qué hacemos, los resignamos?
Entonces, la línea rectora vincular fundamental a la que me refiero, es aquella que, atravesando todos los ámbitos y todas las circunstancias de nuestra vida, desde una concepción transdiciplinar, establece la indubitable necesidad de trabajar hacia adentro como condición sine quanon, no sólo para cambiar el afuera, sino y sobre todo, para comprenderlo.
Aquí no importa realmente una concepción filosófica en particular (considerando las variadas corrientes históricas antiguas y modernas) ya que el hecho principal y la base de la cual todos partimos, es nuestra Condición humana, que vista a la luz del empirismo reinante, se nos aparece como fuertemente estremecedora de los sentidos. Esta es una de las razones por las cuales, en La raíz de la sabiduría, me planteo la importancia de aceptarnos, como somos, sin medirnos ni buscar escalas que nos encasillen entre el genio y el infradotado, a ver qué lugar ocupamos.
La vida en este mundo es sin dudas un tránsito sufriente, lento y tortuoso. Vivimos inmersos en la precariedad de nuestra existencia, sujetos al vaivén incontrolable de las pasiones, navegando entre los designios del amor y el odio, elucubrando teorías sobre la muerte, sujetándonos a los mandatos de una u otra religión, o debatiéndonos en las insulsas aguas del ateísmo. Considerando que los seguidores de las religiones, como decía Lao Tse, están siempre buscando la paz interior, pero pierden la paz interior en su empeño por buscarla. Los antiguos decían que, para las personas que cultivan el cuerpo y la mente, que son virtuosas y honorables, la muerte es una experiencia de liberación, un descanso esperado durante mucho tiempo de una vida de esfuerzos.
Ahora bien, si estamos atentos, aprovecharemos el conocimiento aportado por talentosos contemporáneos, pero únicamente si hemos alcanzado al menos algo de comprensión, seremos capaces de recibir la luz de los grandes genios que ha dado la humanidad, que como un cometa atraviesan raudos el cielo de nuestra vida, trascendiendo atemporalmente con sus genialidades.
Y finalizo, diciendo que el principal cometido que me he propuesto con este trabajo, es que así como me sucedió, cada lector pueda obtener sus propias y únicas conclusiones, extraer en su justa medida y para sí, el epílogo personal de su lectura. Porque somos únicos e irrepetibles, sólo por una cuestión azarosa lo escrito y analizado podría ajustarse a cada uno en particular, aunque no obstante y paradójicamente le pueda ser útil a todos.

 

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